A pesar de frecuentemente no ser tomada en serio, la sensación de ser un “impostor” puede impedir a los empleados alcanzar su máximo potencial.
Creer que somos “fraudes” en nuestra área profesional, a pesar de nuestras evidentes competencias y logros, sumada al constante miedo a ser “descubiertos”, es una experiencia muy común en el entorno corporativo. Se trata del famoso “síndrome del impostor”. Este sentimiento de auto-duda afecta a profesionales de todas las áreas, desde recién graduados hasta altos directivos, y es especialmente común en entornos laborales competitivos.
Aunque no está catalogado como un trastorno clínico, el síndrome del impostor es un patrón de comportamiento que puede afectar a cualquier persona, independientemente de su éxito. En el ámbito de recursos humanos, es frecuente observar este fenómeno en colaboradores que, a pesar de ser altamente capacitados, tienden a dudar de sus propias capacidades, atribuyendo sus éxitos a la suerte o a factores externos. Esta sensación, a pesar de no ser tomada en serio, puede ser debilitante y tener un impacto psicológico muy negativo.
El síndrome del impostor suele estar relacionado con traumas no resueltos del pasado. Experiencias como no cumplir con las expectativas familiares, críticas constantes, bullying o exposición en ambientes competitivos pueden alimentar esta percepción. Estas vivencias moldean la autoimagen y refuerzan creencias limitantes sobre el valor personal, lo que lleva a sentir que los logros son inmerecidos. Aunque la persona sea consciente de sus capacidades, las emociones irracionales ligadas a estas experiencias pueden resultar abrumadoras y difíciles de manejar.
El síndrome del impostor puede tener un impacto significativo en la vida de los profesionales, tanto a nivel personal como profesional. Algunas de las consecuencias más comunes incluyen:
Las personas que experimentan este síndrome suelen sentir que deben trabajar el doble para no ser "descubiertas". Esto genera un estado de alerta y estrés constante que puede desencadenar problemas de salud mental, como ansiedad o depresión.
A pesar de ser altamente competentes, los profesionales con síndrome del impostor tienden a minimizar sus logros y atribuir su éxito a factores externos como la suerte, lo que les lleva a no confiar en sus propias habilidades.
Muchos afectados desarrollan hábitos de procrastinación o perfeccionismo extremo como mecanismos de defensa, temiendo que cualquier error confirme su sensación de incompetencia.
El miedo al fracaso puede frenar a los empleados con este síndrome, impidiéndoles asumir nuevos desafíos o solicitar ascensos, lo que a largo plazo puede limitar sus carreras.
El departamento de recursos humanos tiene un papel fundamental en la creación de un entorno de trabajo que ayude a reducir el síndrome del impostor. A través de políticas y prácticas de apoyo, RRHH puede influir en la cultura de la empresa para hacer que los empleados se sientan más seguros y valorados.
En este contexto, es crucial detectar las señales del síndrome del impostor y ofrecer apoyo adecuado a los colaboradores de distintas formas:
Uno de los principales desafíos para quienes sufren del síndrome del impostor es la falta de reconocimiento. RRHH puede implementar sistemas de feedback continuos que destaquen los logros y los esfuerzos de los empleados, ayudando a que estos reconozcan sus habilidades y se sientan valorados.
El acompañamiento de mentores o tutores experimentados puede proporcionar a los empleados una fuente de apoyo constante, ayudándolos a desarrollar confianza en sus habilidades y a comprender que las dudas son normales en el desarrollo profesional.
RRHH debe ofrecer recursos para la salud mental, como acceso a psicólogos o terapeutas, o talleres sobre el manejo del estrés y la auto-duda. Esto puede ayudar a los empleados a gestionar mejor el síndrome del impostor y reducir la ansiedad relacionada.
A través de programas de capacitación, RRHH puede equipar a los empleados con herramientas para mejorar su autoestima y liderazgo, destacando la importancia del crecimiento continuo en lugar de la perfección.
Promover una cultura donde se acepte que los errores son parte del aprendizaje puede ayudar a reducir el miedo a "ser descubiertos" por cometer fallos. Esto alienta a los empleados a asumir más riesgos calculados y crecer en sus roles.
El síndrome del impostor es una realidad que afecta a muchos profesionales, frecuentemente impidiéndoles alcanzar su máximo potencial. Sin embargo, con el apoyo adecuado de recursos humanos, las empresas pueden desarrollar entornos laborales más sanos, donde los empleados se sientan seguros de sus habilidades y confíen en sus capacidades. En este contexto, invertir en la salud mental y el bienestar emocional de los trabajadores es clave para mejorar su calidad de vida y contribuir a un mejor desempeño organizacional.